“Si el partido principal, sea el pueblo, el ejército o la nobleza,
que os parece más útil y más conveniente para la
conservación de vuestra dignidad está corrompido,
debéis seguirle el humor y disculparlo.
En tal caso, la honradez y la virtud son perniciosas.
Nicolás Maquiavelo
Por principio alguien tendría que empezar por explicarle a Daniel Torres la enorme diferencia entre conveniencia y congruencia.
Su renuncia al PRI no es un acto de congruencia sino de mera conveniencia.
No deja al tricolor y los partidos como asegura porque esté convencido de que no son la opción, sino porque él no tiene opción dentro del PRI, no puede será candidato y así, rabieta de por medio, abandona a la institución que lo formó y lo hizo, que le ha dado todo lo que ha tenido; lo suyo es una insolencia.
Daniel Torres no ha aprendido la lección de la disciplina partidista, la de la paciencia y la prudencia, la de que en ocasiones se es martillo pero las más de las veces se es yunque y que para llegar a esos sitios de privilegio es necesario aprender, pero también esperar y hacer méritos.
¿Qué méritos ha hecho Daniel Torres para ser candidato a la alcaldía de Guadalupe? Absolutamente ninguno.
El diputado que ahora se dice “independiente” no es tal, porque tiene una enfermiza dependencia con su futuro inmediato, porque no se observa ni se mira ni se acepta sin ostentar un cargo público, porque no se concibe así, atendiendo aquello de que “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
Al abandonar al PRI Torres firmó su sentencia política, no volverá a ostentar un cargo de elección, por la simple razón de que la gente no es tonta y para cualquiera es claro que lo que ha hecho ha sido una simple rabieta y un acto convenenciero disfrazado de congruencia.