“Cuando una contradicción es imposible de resolver salvo por una mentira,
entonces sabemos que se trata de una puerta”
Simone Weil
Excelentes en el diagnóstico que les arroja la numeralia simple, políticos y estrategas ubican el target más importante de la próxima elección: los jóvenes.
Y en la oscuridad del war-room teorizan y dan cátedra explicando las bondades y beneficios de las redes sociales y sobre la necesidad de contratar publicidad en ellas además de conseguir una empresa que les asegure aparecer en los primeros puestos de esos “likes” y “shares” siempre falsos pero muy apantalladores.
Pero cuando llega el día de los comicios ocurre lo mismo de siempre, que los jóvenes mantienen la constante histórica de ser los menos interesados en participar. Los políticos pierden y los marchantes del marketing guardan en el portafolio sus mismas teorías y presentaciones para ir a la caza del próximo incauto.
¿Qué es lo que sucede?
Que todas tácticas se estrellan irremediablemente en el mismo muro: el del lenguaje.
O de plano se esmeran en reforzar la percepción con los mismos choros mareadores de toda la vida o en un alarde de valor y energía se arriesgan incluyendo algunas malas palabras, pero con el mismo contenido. Se olvidan que para convencer primero hay que enganchar captando la atención de ese público.
Nos queda claro, ya sabemos en dónde están esos votos que con certeza les darán el triunfo electoral, faltan escasas semanas para que inicien las campañas: ¿ya tienen definida la manera en que se dirigirán a esos clientes? Es la rebanada más grande del pastel y la que en cada fiesta se queda en el plato sin tocar.