“La fama es vapor; la popularidad, un accidente;
la única certeza terrenal es el olvido”
Mark Twain
No soy el único que piensa que el tema del papá de Debanhi Escobar no es la búsqueda de la justicia, sino simple y sencillamente el afán protagónico de alguien que se ha enfermado por la exposición a los reflectores.
Tras 45 años de trabajar en los medios de comunicación, especialmente en la televisión, he sido testigo de la transformación que han sufrido muchos hombres, mujeres y niños, por culpa de la fama y en el caso de don Mario Escobar puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que está severamente contagiado del mal.
¿De qué va eso de andar poniendo ultimátums a la Fiscalía? ¿Quién se cree, se siente o piensa que es?
Resulta preocupante el observar cómo en una conferencia de prensa al lado de las autoridades el hombre se comporta serio, tranquilo y aceptando los avances en las indagatorias que se anuncian, pero como dicen ahora “tres Doritos después”, o sea apenas cruzando la puerta, el hombre se transforma y comienza a soltar teorías y mandarriazos a diestra y siniestra.
Me dicen, no me consta, que al tipo ya le gustó aquello de traer vehículo, chofer y escoltas, que no se quita los lentes oscuros ni para dormir y que todo el tiempo se la pasa posando y ya hasta piensa en una candidatura a un cargo público para las próximas elecciones.
La fama es efímera, pero sobre todo mala consejera y hay que ser cauteloso para saber lidiar con ella.
Pero buena parte de esta culpa la tienen los medios que le dan cabida y espacio, que le hacen sentirse importante, porque más de la mitad de sus comentarios ya son más de lo mismo y si los omitieran el tipo tendría mucha menor exposición y con ello, tal vez y conste que digo tal vez, le bajaría dos rayitas a su chiflazón.
Aunque también hay que decir que el chofer, el vehículo y los escoltas no se los pusieron los medios, de manera que, como dice el refrán, “la culpa no es del indio, sino de quien lo hizo compadre”.