“¿Es que ha visto usted algún censor que no sea tonto?”
Francisco Franco Bahamonde
Después de lo que escribí hace algunos días quejándome de la declaración hecha por la Presidenta de la CEDH, Sofía Velasco, en relación al nuevo reglamento del Colegio Americano del Noreste que pide exámenes antidoping y perfiles sicológicos a los alumnos, una persona me buscó para comentarme algo que me puso a pensar.
La pregunta fue a boca de jarro y me dejó perplejo: “¿Qué pensarías si te enteraras que por decisión de “alguien” todos los alumnos del grupo en donde se dieron los terribles sucesos de enero pasado no volverán a la escuela y terminarán el año escolar tomando clases en línea?”.
Le respondí que sin ser sicólogo me parecía que lejos de colocar a esos jóvenes en un capelo, lo que realmente requerían era socializar con otros chicos, perder miedos, buscar que comprendan que la vida sigue y que tuvieron la mala fortuna de ser testigos de un terrible suceso, pero que el hecho de aislarlos en sus casas o no permitir que vuelvan al colegio, a su salón, no resolverá absolutamente nada.
Me dijo que eso mismo pensaban los familiares de ese niño.
Me remonté a una historia personal vivida entre 1969 y 1970 cuando en la fiesta de cumpleaños de una compañera de la primaria sucedió un terrible accidente. Llovía y jugábamos en el patio de la casa de María Eugenia, la festejada; corríamos escapando unos de otros y de repente Sergio, uno de mis compañeros, decidió escalar una barda separadora de las que se formaban colocando pequeños blocks con huecos entre ellos, la humedad hizo ceder la barda y se le vino encima, cayendo varios blocks sobre su cabeza y formando un inmenso charco de sangre.
Fui si no el primero, uno de los primeros en ver aquella escena y no supe qué hacer, salí corriendo sin detenerme de la casa de mi compañera hasta la mía, a varias cuadras de distancia, relatándole a mis padres lo que acababa de pasar.
Al día siguiente acudimos a clases tristes por lo ocurrido y un par de días después nuestra maestra, Amparo Blanco Palos, pidió guardásemos los útiles y nos dio la noticia de que Sergio, nuestro compañero y amigo, había fallecido.
No intento comparar ambos hechos, pero debo decir que a pesar de haber vivido de cerca el fatídico accidente, no recibimos ayuda profesional ni dejamos de ir a clases. A cada quien en casa nos ayudaron a salir adelante como mejor supieron y pudieron, nuestra maestra no volvió a hablar del asunto, pero el mesabanco de Sergio ahí permaneció todo el año escolar, sin que nadie lo ocupase.
Creo hablar por todos mis compañeros, a algunos de ellos he tenido la oportunidad de verlos años después. Crecimos, nos desarrollamos y somos personas normales, por lo que no le encuentro sentido a la decisión de impedir que esos chicos sigan la vida de manera normal, dentro de lo posible, alejarlos del lugar de los hechos sólo aumentará sus miedos y desconfianza.
Ojalá alguien haga entender a quien tomó esta determinación.