“No hay que confundir
los deseos con las posibilidades”
Yomero
Lo dirán de chía, pero es de horchata.
José Arturo Salinas y Marco González declararon esta semana que la mayor parte de las acciones que realiza su homólogo Samuel García “son puro show mediático”.
Y no se equivocan. Samuel no ha dado pie con bola desde que llegó al Congreso, totalmente opuesto al paraíso que alguna vez soñó, su paso por el Legislativo se ha convertido en una pesadilla sin fin, en donde todo le sale al revés.
Samuel está ahí no por el voto ciudadano, sino por una circunstancia, una “afortunada” circunstancia en la que las cosas se dieron, pero el jovenazo tuvo que invertirle en serio para acercarse a cumplir su sueño.
Lo de Samuel no es un sueño guajiro, sino más bien un plan de largo plazo, porque desea afanosamente hacer carrera en la política y estar en las grandes ligas.
Por eso, pero también -dicen- con el deseo de recuperar la inversión, es que peleó con uñas y dientes el mantenerse como tercera fuerza en el Congreso, pero no contaba con que el oficio de los asesores de Karina Barrón se lo iban a chamaquear.
Samuel juraba, antes de tomar posesión, que su bancada sería el fiel de la balanza y desde mucho antes anunciaba con bombo y platillos que serían un cadillo. Recordemos que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, junto con la candidez y la inocencia; como los malos boxeadores Samuel anticipó hacia donde estaba tirando el golpe y nada más leyeron su jugada y le arrebataron su posibilidad. En la guerra y la política las cosas se hacen, no se platican.
Samuel se soñaba negociando con el Gobernador y el Secretario General de Gobierno; Samuel creía que sería la manzana de la discordia entre el PAN y el PRI; Samuel pensaba que sería acosado con ofertas sanas e insanas para lograr su voto y el de “su” (suya de él y de nadie más) fracción, pero todo se fue al traste porque al estar pensando nunca se percató que había otros soñando también a su alrededor.
Así que Samuel hoy se dedica a hacer ruido, a gritonear, a hacer show, a pedir firmas, a quejarse, patalear y llorar, amenazando con que quiere llevar a políticos a la cárcel, aunque esa no sea una posibilidad a su alcance y no forme parte de su función. Samuel hace alharaca, porque no le queda más qué hacer, buscando aferrarse a un chorrro de agua, intentando que lo miren, así sea por lástima, compasión o pena ajena.
Aprender que no es la última botella de agua en el desierto o la última cheve en el estadio le está costando mucho a Samuel, a quien todavía le queda buen tiempo para recuperarse y hacer un papel digno si es que de verdad quiere seguir vigente en la política.
Pero la soberbia y la prisa son malas consejeras. ¿Lo entenderá Samuel?