“No obliga tanto la dádiva cuanto el modo de hacerla”
Ippolito Nievo
La campaña política transforma a los hombres y a muchos les nubla la razón, a tal grado que les parece sencillo lograr lo imposible y prometer lo que nunca podrían cumplir.
Cuando la discusión pública se centra en factores como la condición de las instalaciones educativas, su mantenimiento, las plazas de los maestros, las cuotas escolares, de la nada aparece Héctor García con la brillante idea de presentar una iniciativa de ley para que los uniformes escolares sean gratuitos.
Propuesta electorera, de relumbrón, que busca engatusar en el corto plazo pero que todos sabemos y entendemos que resulta imposible de cumplir.
Dice García que el proyecto costaría 80 millones de pesos, ¿dónde, con quién, cómo? Habla de dar dos juegos de uniforme por educando, ¿en serio tiene tan claros los números y resulta tan económico?
La primera vez que Margarita Arellanes sacó el tema del reparto gratuito de mochilas, lo hizo con un proyecto alterno de talleres productivos en donde madres de familia participaban para elaborar el producto y de esta manera ganarse unos pesos.
Después el formato se fue prostituyendo y al final no importaba quién hiciera las mochilas, al grado que ahora se ha convertido en un importante negocio -nadie sabe de quién- en el que la mochila forma parte de un tema de seguridad al hacerlas de plástico transparente, con una proveeduría bastante sospechosa de directivas de la Unión de Padres de Familia.
A diferencia de las anteriores Héctor García no busca el negocio (¿o también?), pero tras su buena intención se esconde el conseguir votos de cara a su deseo de ser el próximo alcalde de Guadalupe, de manera que no hay un interés real y auténtico de beneficiar a los más necesitados, sino el hacerse pasar por paladín de la justicia.
La idea, insisto, subrayo y reafirmo, es una auténtica barrabasada, porque no se sustenta ni en números, ni en calidades, ni en un proyecto real, es la idea sobre las rodillas de un iluminado que pretende con ella agenciarse un beneficio electoral.
Nuestras autoridades electorales deberían castigar a quienes prometen sin sustento, pero también a quienes nos hacen perder tiempo con esta clase de propuestas.
Como diría mi maestro de secundaria Roberto de la O., “haga el favor de retirarse al arroyo a perderse en el océano de su ignorancia, y no vuelva de ahí hasta en tanto no haya meditado, estudiando y construido una idea real, posible y auténtica”.
Usted no es precandidato, usted es electorero.