“Para pitos, flautas y vaciladas,
Barroso y sus barradas”
Yomero
Diría Lorenzo Benavides: “Y otro más…”.
El diputado Ángel Barroso se sumó a la lista de los desertores de los partidos (bueno, ni tanto porque desde hace mucho que ni era ni estaba en el PAN) y mediante un faramalloso acto digno de una carpa de barrio anunció que se iba de independiente.
Demostrando la humildad y sencillez que le son características, desde la tribuna el legislador sentenció: “Perdonen que me agrande, pero su coordinador me quedó chico”.
Dicen que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo, pero Ángel Barroso ha prolongado su enfermedad a pesar y en contra del tiempo.
En su estancia en el Congreso de Nuevo León ha hecho cosas buenas, sí, pero intrascendentes; ¿o es que acaso recuerda usted una participación en tribuna, una propuesta de ley o una acción que valga la pena? A cambio posee un inmenso e intenso afán protagónico y una actitud de “el suelo que piso no me merece” casi igual a la del diputado “Sammy”, con la diferencia de que este último por lo menos es coordinador de bancada y todavía (no por mucho) dirigente estatal de un partido.
Barroso está en todo su derecho de convertirse a la bancada, religión, partido político o equipo de futbol que más le parezca, lo que no es correcto es que denigre la investidura que tiene y el recinto del Congreso con expresiones tan infantiles como la que usó para dirigirse al coordinador de los diputados del PAN, porque lo único que consigue es demostrar que habla por la herida.
Lamentable es ver el nivel de algunos políticos que cuando no les cumplen sus caprichos hacen su rabieta y como el dueño del balón, “se chingó el juego porque no me dejan jugar y ya me voy para mi casa”.
Se equivoca el diputado Barroso, no le quedó chico el coordinador, le ha quedado grande, muy grande, el puesto de diputado y al renunciar al partido que lo llevó al Congreso, no por convicción sino por conveniencia, está traicionando a quienes votaron por él y eso, se lo puedo apostar, se lo van a cobrar más temprano que tarde.
Sería ideal que el legislador guardase silencio y permitiese que fueran los hechos y no las palabras las que hablaran por él. A ver si pronto crece y madura, para que se le quite la “enfermedad”.