“Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”
Francisco de Quevedo
Cuando creo que ya ninguna acción, declaración, idea o propuesta de nuestros diputados puede asombrarme, resulta que uno de ellos me vuelve a sorprender y me saca del letargo, me hace cuestionarme “¿es en serio?” y refrenda mi recurrente opinión de que en muchas ocasiones actúan más que de manera errática, en forma descontrolada.
¿Cómo calificar la brillantísima idea de que al momento de registrarse un candidato deberá entregar por escrito diez promesas mínimas de campaña las que estará obligado a cumplir inserta en las modificaciones a la Ley Electoral del Estado?
Se supone que lo hacen para evitar las falsas promesas populistas que la mayor parte de los aspirantes a cargos de elección popular realizan, pero a la reforma le hace falta no mucho, sino muchísimo.
Porque no hay que tener dos dedos de frente para anticipar que los candidatos registrarán promesas tan vagas y bobas como “respirar, ir al baño, comer, dormir, acudir a una sesión al mes, votar en el Pleno, acudir al Informe de Gobierno, guardar compostura en el Congreso, portar saco y corbata por lo menos un día del año, no dormirme en una sesión” y ahí están sus diez promesas que son fácilmente cumplibles; ahora, en campaña, puedo prometer lo que se me antoje, porque sólo debo cumplir con lo que está escrito.
Hay que ser bastante pelmazos para alcanzar este tipo de propuestas. La idea, lo único que consigue, es fortalecer la muy instalada percepción de que nuestros políticos son una caja de promesas inalcanzables.
Lo más grave del caso es que terminan dándose un balazo en el pie porque serán ellos mismos, los políticos tradicionales, los que sucumban por el incumplimiento de sus compromisos.
Además de la estrambótica idea, me sorprende la facilidad con la que nuestros legisladores abordan asuntos sin importancia que incluyen en sus agendas y que discuten en el Pleno, cuando las condiciones y circunstancias les obligarían a adoptar un serio papel a fin de demostrar su valía e importancia.
Dicen que para tonto no se estudia. Yo agregaría que para diputado tampoco.