“A fin de cuentas, un héroe es alguien que quisiera discutir con
los dioses, y así debilita a los demonios para combatir su visión.
Norman Mailer
Leo la idea generalizada últimamente de que “los debates no modifican tendencias de una elección” y no puedo menos que asombrarme de semejante afirmación.
El primer debate televisado de la historia, en septiembre de 1960, cambió el rumbo de la elección y perfiló a John F. Kennedy a la victoria.
Hace ocho años, en Colombia, los debates televisivos fueron la catapulta que relanzó la campaña de Juan Manuel Santos para derrotar al líder en las encuestas Antanas Mockus.
De aquel primer debate yo tenía apenas unos meses de haber nacido, pero en el caso de Colombia no lo hablo de oídas, yo estuve ahí y fui partícipe de esa historia.
Pero más que mi propio testimonio, prefiero que sea un extracto de una nota publicada por la versión colombiana de El País, la que explique con claridad lo sucedido.
“El presidente electo de los colombianos, Juan Manuel Santos Calderón, consiguió poco más de nueve millones de votos, la más alta en toda la historia de las elecciones presidenciales de Colombia. Esa victoria electoral tiene varias explicaciones, pues hace apenas tres meses Santos figuraba como perdedor de los comicios, de acuerdo con las encuestas de opinión. Una estrategia publicitaria ambiciosa que incluyó un mensaje de continuidad a las principales políticas del presidente Álvaro Uribe comenzaron a reflejarse en la intención de voto a su favor. Pero tal vez fueron los debates televisados los que marcaron la diferencia. Para los entendidos Santos demostró en esos enfrentamientos que no sólo le cabe el país en la cabeza, sino que en todos los temas tiene propuestas concretas”.
En una elección cerrada es difícil apreciar las modificaciones en las tendencias, pero como cuando en Colombia hay un puntero con amplio margen a quien según los especialistas es difícil alcanzar, los debates son la mejor oportunidad para cerrar la brecha y desbancar al líder.
“El Librito” no se equivoca y por ello destaca de manera categórica que el candidato que va a la cabeza debe evitar, en la medida de lo posible, las confrontaciones con sus rivales, pero sucede que en los debates, sobre todo los oficiales, no es decisión de los aspirantes el acudir o no a ellos, de manera que la única vía es prepararse.
El que va a la cabeza, siempre, tiene todo qué perder, a diferencia de quienes se ubican detrás en las preferencias electorales.
No se trata sólo de repetir como merolico “lo que la gente quiere escuchar”; es necesario ser y sobre todo “parecer” convincente, dar el mensaje que más que los “qué”, el candidato tiene claros los “cómos”; ser sereno y darle un toque de ligereza a las cosas, parecer cálido y cercano.
No hay regla escrita ni receta secreta. Para cada caso, cada candidato, cada elección, es necesario encontrar las cuerdas necesarias y tocarlas no sólo a tiempo, sino con la fuerza adecuada, para conseguir el objetivo.
Me dan risa las afirmaciones de que un debate no cambia las cosas. Las pueden cambiar, y mucho, cuando se hacen bien las cosas.