“Los medios de comunicación han acostumbrado a ciertos
sectores sociales a escuchar lo que «halaga los oídos»
Juan Pablo II
Cuando el 1 de septiembre de 1988 el diputado del PPS Jesús Luján interrumpió con una pregunta a gritos la lectura del sexto informe de gobierno de Miguel de la Madrid, muchas cosas cambiaron en nuestro país.
Acto inesperado, fuera de toda lógica y contraria a los usos y costumbres de la época, la interpelación agarró a todos como al “Tigre de Santa Julia”, especialmente a los elementos del Centro de Producción de Programas Informativos y Especiales de la Presidencia de la República (CEPROPIE), entidad responsable de generar la señal que se difundía por todas las estaciones de televisión y radio del país.
Reacción lógica de los camarógrafos fue buscar al personaje que gritaba, como también lógica la decisión del director de cámaras de poner al aire, apenas unos instantes a aquella figura, mientras atónito el Presidente de la Madrid guardaba silencio y se armaba la “rebambaramba” en San Lázaro.
Después del susto la orden a la unidad de control remoto desde donde salía la señal fue terminante: “a cada interpelación transmiten una toma abierta del salón de sesiones en donde no se vea a los insurrectos”. Y así sucedió en todas las ocasiones.
Pero los fotógrafos estaban ahí y dieron cuenta en imágenes de cada protesta y cada reclamo que, obvio, fueron atendidos según la costumbre y tendencia en los diarios al día siguiente y en las tímidas voces de la radio y televisión.
El fenómeno continuó con los años y llegó el momento en que fue imposible ocultarlo.
En nuestros días, en los que cualquiera transmite al mundo en directo con su teléfono, pretender esconder un hecho así resulta inconcebible, porque serán decenas o centenares de testigos que documentarán lo sucedido.
Por eso me extraña lo ocurrido esta semana en una graduación del Tecnológico de Monterrey en la que unas alumnas al momento de subir al estrado a recibir sus diplomas sacaron pancartas referentes al acoso en la institución. Faltos de oficio y desconocedores de la historia, los responsables de las pantallas del circuito cerrado hicieron más evidente el hecho dirigiendo sus cámaras al público para evitar se viera a las quejosas… y con eso tuvieron para que se armara la bronca.
Destacado por su eficiente comunicación institucional, de un tiempo a la fecha el ITESM falla en este rubro de todas, todas.
Fallaron irremediablemente en la denuncia inicial. Tardos en la reacción, pésimos en el tratamiento y fatales en la conclusión, lo único que vino a salvarlos fue el tiempo y la aparición en otras instancias de fenómenos similares. Hoy demuestran que no aprendieron de sus errores.
Es una pena que una de las mejores universidades del país no pueda o no sepa cómo manejar su comunicación y sus procesos de crisis.