“Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”
Jean Paul Sartre
Lo primero que comprendí sin que nadie me lo hubiese enseñado, era que si deseaba ser locutor tenía que tener un profundo respeto por el público y el micrófono.
Crecí escuchando grandes voces de enormes personajes de la radio y televisión; la vida me dio la oportunidad de conocer a muchos de ellos. Así, me formé una escuela oyendo a Juan Cejudo, Honorato Gutiérrez, Joaquín Iglesias, Ramiro Marroquín, Pedro Arturo Ortiz, Héctor Martínez, Mario y Gustavo Agredano, Lacho Pedraza, Horacio y Raúl Alvarado, Humberto Romo, Pepe Báez, Enrique Ávila Rubí, Enrique Salinas Rangel, José Rosendo Lazo, Jesús Garza Hernández, Mario Valle, Rómulo Lozano, Alberto Llanas, Ramiro Garza y el inolvidable Ernesto Hinojosa, por citar sólo a algunos.
A nivel nacional admiré las voces y presencia de inconfundibles voces que marcaron toda una época.
Mi sueño de locutor tuvo un giro cuando decidí dedicarme a la producción de televisión, aunque siempre, en la primera oportunidad, tomaba el micrófono para seguir soñando. Por eso, tal vez, nunca acudí a presentar el que durante años fue paso obligado para convertirte en locutor: el terrorífico examen; después el requisito se retiró y ahora cualquiera puede estar al aire y es ahí donde empiezan los problemas.
La semana anterior dos sucesos captaron mi atención: por una parte el locutor Toño Esquinca difundió en la Ciudad de México un video en donde públicamente pidió disculpas a Andrés Manuel López Obrador por una serie de comentarios que hizo de él al aire los cuales, aceptó, los hizo alcoholizado.
Por la otra tuve la desagradable experiencia de ver cómo alguien le faltaba al respeto a la comunicación, a la profesión y al micrófono escudándose en lo que llamó “libertad de expresión”.
Una señora que ocupa un espacio en una estación local (el título de locutora o conductora le queda muy grande), tuvo de invitada a una candidata a la que entrevistó en su espacio; la entrevista a todo dar y todo muy bien. Lo malo vino después cuando artera y cobardemente, a través de sus redes sociales, se puso a despedazar a la candidata cuando esta última ya no se encontraba ahí.
Y me cuestiono, ¿por qué si presume ejercer un periodismo tan valiente y con “libertad de expresión”, no fue capaz de cuestionar a su invitada de frente para conocer su opinión y respuestas?
No de hoy, desde hace tiempo se le viene perdiendo el respeto al auditorio y al micrófono. Cualquier improvisado llega, se sienta y comienza a decir un montón de disparates, pero eso sí, amparándose en la “libertad de expresión” en una clara confusión entre libertad y libertinaje.
No puedo menos que sentir pena, pero no por ellos, sino por nosotros como sociedad, porque esta es una muestra diáfana de la manera en que hemos ido perdiendo valores.
¡Cuánto extraño aquellas voces, su profesionalismo y respeto por la locución!