“Era un tigre para el teatro,
y se llamaba Julián”
Yomero
Monterrey es lo que es, en buena medida, por la grandeza de sus hombres que con su brillo y fulgor han escrito páginas en la historia no sólo de nuestra ciudad y estado, sino del país y el mundo.
La Sultana ha sido cuna de verdaderos íconos en todos los órdenes y disciplinas, ejemplos que trascienden en el tiempo y las geografías y que invariablemente nos heredan un enorme legado.
Ayer uno de ellos partió y nos dejó los escenarios huérfanos de su presencia, su voz ya no se escuchará más en los teatros, su genial dirección ya no será vista por los públicos, Julián Guajardo dejó de existir.
Perdón si hoy parafraseo a José Panizza, el creador del tango y digo: “Era un tigre para el teatro, y se llamaba Julián”.
Porque eso, precisa y justamente, era Julián Guajardo, un tigre que desayunaba, comía y cenaba, que dormía y soñaba, siempre con el teatro, con ese arte que adoptó siendo muy joven como su única forma de vida.
Tuve la dicha de conocerle y tratarle, además del honor de en alguna ocasión haber sido dirigido por él en circunstancias muy especiales en las puestas en escena de “La Pastorela de Catón” en la que me desempeñaba como coordinador técnico pero hubo necesidad de entrar de remplazo en tres distintos papeles, los tres importantes.
¿Cómo olvidar, querido Julián, aquella noche en la que en la incertidumbre de saber qué ocurría con el embarazo en riesgo de Lucina, tu esposa, había que dar función y me brindaste tu confianza (con mucho miedo debo aceptar) para suplirla haciendo el papel de “La Lujuria travesti-show”.
O aquella noche en que mi padrino Toño Espinosa se indispuso y no llegó a representar a “El Borracho” al que Satanás convence de entregarle su alma. Recuerdo la risa que tenías al ver los intentos para entrar en el leotardo y mallas del flaco Toño.
Y aquella semana completa cuando el finado Lacho Pedraza ya no quiso hacer el papel de “El Arcángel San Miguel” y tuve que entrar al quite. Siempre, siempre, conté con tu apoyo y consejo, con tu serenidad y esa forma especial que tenías de transmitir confianza. Créeme, te digo, fue todo un honor el compartir el escenario y ser dirigido por ti.
Participar en “El Juego de Zuzanka” la segunda vez que la montaste y haber visto “El Gorila” o “Los Chicos de la Banda”, en la CDMX “La muerte de un viajante”, o “Crimen y Castigo” y la “Sonata a Kreutzer”, fue un privilegio.
Me quedo, admirado Julián, con la intención incumplida que siempre tuve de hacerte una entrevista-homenaje, idea que siempre pospuse por no importunarte, pero sé que el hubiera no existe y hoy, una vez más, me dejas una lección.
¡Gracias Maestro por tanto! ¡Gracias Julián por todo!