“Primero jusilo, luego viriguo”
Pancho Villa
Y un siglo después los alcaldes metropolitanos de Monterrey siguen gobernando al estilo de “El Centauro del Norte”, Pancho Villa, que decía su famosa frase de “primero jusilo y luego viriguo”.
Y es que son especialistas en hacer cosas e implementar acciones sin detenerse a pensar pros y contras, ventajas y desventajas y, lo que es peor, las implicaciones y complicaciones que se derivarán de sus determinaciones. Ellos, como el famoso “Borras”, nomás se avientan.
Ahí está el caso del Reglamento Homologado de Tránsito y sus restricciones al tráfico de vehículos de carga que a la primera de cambios se toparon con amparos concedidos a los transportistas, y todo por no atender, pero sobre todo entender, cuestiones básicas de la ley como el libre tránsito consagrado en la Constitución.
Ya hace tiempo habían amenazado con esta medida pero dejaron abierta una puerta: podrán circular quienes paguen un “permiso especial”, es decir una cuota de exención, lo que implica que con un billete hacemos como que no los vemos y no pasa nada.
El problema es real y auténtico, tenemos que encontrar una manera de hacer convivir al tráfico pesado con los vehículos particulares, sobre todo en las grandes avenidas, pero más allá de la simple restricción “por mis pistolas”, los alcaldes tendrían que haber hecho toda una campaña de cabildeo y convencimiento, tendrían antes de tirarse al vacío que haber proporcionado facilidades e incentivos para que los transportistas les “compraran” la idea, y eso no lo hicieron.
Veamos, de acuerdo, no pueden circular de tales a tales horas… pero, ¿en dónde se quedan? ¿Tienen ahí seguridad, comida, baños, regaderas, áreas de descanso? No, esas facilidades no existen y los alcaldes no las implementaron.
Para un transporte de carga el tiempo es dinero, entre más rápido llegue a su destino y entregue, vuelva a cargar y vaya a otro punto, se generan más ingresos y el negocio está en tener parado el tráiler el menor tiempo posible, ¿Cómo por qué van a atender una restricción de los alcaldes metropolitanos que se quejan de que causan accidentes fatales, conducen sin precaución y no acatan los reglamentos y señales?
Antes de “jusilar”, los ediles tendrían que haber escudriñado la posibilidad de convencer, de cabildear, de llegar a acuerdos con las cámaras que los representan, pero si el trato es a trompadas, pues trompadas tienen de regreso.
Para este caso y para muchos otros más, es necesario recordarles a nuestros alcaldes que funciona mil veces mejor el convencimiento que la restricción, el diálogo que la prohibición.
Ha pasado un siglo de Pancho Villa, pero estos siguen gobernando igual.