“Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”
William Shakespeare
La palabra suele ser la mejor arma de un político, pero también se puede convertir en su peor enemigo.
Controlar los impulsos y medir cada palabra que sale de su boca es un ejercicio permanente que deben realizar los políticos y los funcionarios públicos. Una frase errónea en el momento equivocado puede dar al traste con toda una carrera y un proyecto, sin importar los aciertos del pasado.
Mauricio Fernández es constantemente cuestionado por los excesos de su boca; sus declaraciones lo viven metiendo en problemas y ni con la edad y la experiencia ha sido capaz de aprender aquello de “calladito se mira más bonito”.
¿Cómo justificar la defensa de sus policías que dispararon a unos jóvenes en el estacionamiento de un centro comercial tras sus desafortunadas declaraciones? Primero afirma que los oficiales sólo reaccionaron porque los quisieron atropellar, luego dice que era una investigación por narcomenudeo, pero acepta que se trataba de la escolta del encargado de seguridad y que estaban vestidos de civil y remata con una cereza al pastel: “Que den gracias a Dios porque si hubieran querido les hubieran disparado a matar”.
¿28 disparos a unos chamaquitos desarmados y no atinarles es para defenderlos y premiarlos? Yo que Mauricio estaría contratando a un instructor de tiro, porque si así van a reaccionar en caso de un atentado en su contra, ya estuvo que no le pegan un balazo a nadie.
Por los mismos rumbos anda nuestro gobernador que ante una poco clara declaración sobre el encargo que le hacía a Fernando Elizondo tuvo que salir a aclarar la plana unas cuantas horas después.
O como cuando declara que habrá traslado de reos de los penales de Nuevo León por un “concepto que tenemos”, pero inmediatamente después dice “pero no te puedo decir porque les avisan y luego no lo puedo hacer”.
¿Culpará a la prensa -como ya es costumbre- de haber tergiversado sus propias palabras?
Cuando Aldo Fasci se fue de la boca y sin que nadie le preguntara soltó que investigaban a alcaldes pasados y actuales por relaciones con narcotraficantes y lavado de dinero, el propio gobernador salió a defenderlo y su mejor argumento fue asegurar que fue en respuesta a una pregunta, porque los reporteros son “muy preguntones”.
El catálogo de ejemplos es descomunal, solitos se embrollan y cuando los pillas en la maroma de inmediato tejen teorías de la conspiración y culpan a los medios de estar en su contra.
Es difícil encontrar un curso sobre prudencia, pero lo que sí pueden hacer es tener la asesoría de profesionales que anticipen escenarios y les anticipen sobre ese tipo de cuestionamientos, advirtiéndoles sobre los riesgos de ciertas declaraciones y aportándoles salidas y válvulas de escape.
¿Podrán entender esto último?