“Ningún legado es tan rico como la honestidad”
William Shakespeare
Hoy quiero hablar de las glorias, pero no de las de Linares, tierra de mi abuelo Luis, sino de los grandes ídolos que con el tiempo nuestro país ha ido perdiendo y que hoy tanta falta hacen.
En mi niñez y juventud México tenía grandes ídolos, personajes en múltiples disciplinas que eran ejemplo a seguir y espejo para tratar de emular en el futuro. Artistas, deportistas, empresarios, periodistas, hombres y mujeres que marcaron una época y cuya trayectoria fue inspiración de miles.
Hoy, a pesar de los grandes avances en materia de comunicación que disfrutamos, existen cada vez menos ejemplos en nuestra sociedad y ellos cada vez reciben menos atención por parte de los medios de comunicación y las redes sociales. En el México dividido de hoy no hay espacio para los héroes, porque en donde aparezca encontrará de inmediato un crítico que le encare y hasta sin pruebas le acuse de cantidad y media de pecados.
En este México de hoy en donde “todos somos iguales”, se busca que todos seamos malos, jodidos, pecadores, en lugar de impulsar las historias de éxito, de crear íconos, de contar lo bueno.
Y es que también, gracias a la mercadotecnia y la publicidad, cualquiera se hace famoso, hasta por una estupidez; pero se trata de una fama efímera, sin esencia ni trascendencia, que así como llega se esfuma.
Siendo niño y joven tuve el privilegio de gozar con las peleas de box de grandes pugilistas mexicanos y extranjeros. Si ver los sábados por la noche la función de box por la televisión era religión, la celebración de una pelea de campeonato detenía al país entero y todos nos reuníamos en torno a la TV o la radio para ser testigos del acontecimiento.
Así, me emocioné con las peleas de Vicente Saldívar y “Mantequilla Nápoles”, con el llorado Clemente Sánchez, con Rubén “El Púas” Olivares y Chucho Castillo, con Carlos Zárate, Lupe Pintor, el inolvidable Salvador Sánchez y por supuesto Julio César Chávez.
Para nadie es un secreto que el box, además de un deporte, es un espectáculo y un negocio en el que se manejan enormes intereses y en donde desde tiempos inmemoriales ha existido la duda de negociaciones para “arreglar” peleas. Eso y la irrupción de otros espectáculos le ha ido restando adeptos y sobre todo respeto al boxeo.
Lo ocurrido el sábado en la pelea de “Canelo” Álvarez y el cubano William Scull terminó siendo una pantomima que le hace un enorme daño al boxeo profesional, porque si bien el moreno correó de manera desesperada, no es posible que el campeón mexicano no tenga elementos para enfrentar a un rival así y ponerlo quieto.
Gana el negocio, pierde el deporte y el espectáculo, pero también perdemos los mexicanos que dejamos de tener ídolos porque los que escasamente quedan se preocupan más por ellos mismos que por su legado.